Para un recién nacido, el sentido del tacto es necesario. Al momento de nacer, la piel de un recién nacido es el canal para reconocer a la piel de su madre, su padre y su entorno familiar. Cuando un pequeño siente las caricias y nota las maneras en que lo tocan y transportan, activa receptores nerviosos y sensoriales que se van afianzando en los meses futuros.
La piel además es el órgano más extenso del cuerpo humano. A través de ella, el pequeño aprende a conocer las texturas, las temperaturas y las sensaciones que de dan forma a sus espacios. Esto no sería posible sin el papel que juegan las células de Merkel, estructuras presenten en la dermis que funcionan como mecanoreceptores. Es decir, dentro de sus funciones se encuentra la reacción ante estímulos, incluso los de baja frecuencia.
Otras estructuras que intervienen en el desarrollo del sentido del tacto son los corpúsculos de Meissner y Pacini, también presentes en la piel. Gracias a ellos, el bebé puede responder a las vibraciones, el frío, entre otros factores que provocan una reacción sensorial.
Por otro lado, el sentido del tacto también es muy importante en el aprendizaje emocional del pequeño. El contacto piel con piel fortalece la relación entre la madre y el bebé, le da seguridad al niño, lo hace sentir protegido y le recuerda la cercanía que tenía con la madre cuando estaba en el útero.
Numerosas investigaciones confirman el papel del sentido del tacto para los bebés. En uno de los más recientes, se demostró que los bebés que reciben mayor estimulación táctil, sonríen más temprano y con mayor frecuencia. Inclusive, se vuelven más atentos a las expresiones faciales y aprenden a agarrar objetos con más facilidad.