El conducto lagrimal es la conexión existente entre el ojo y la nariz, y ayuda al correcto drenaje de los ojos. Cuando este conducto se obstruye, hay un drenaje deficiente de las lágrimas y por ende un mayor riesgo a contraer infecciones oculares.
Algunos bebés nacen con los conductos lagrimales obstruidos, y otros lo presentan con el paso del tiempo. Expertos aseguran que hay una mayor predisposición si los niños tienen condiciones como síndrome de Down, o labio leporino.
Por lo general, la obstrucción del conducto lagrimal puede manifestarse a través de:
En recién nacidos, esta condición suele presentarse a lo largo de las 12 primeras semanas de vida. Sin embargo, en muchas ocasiones no se diagnostica la obstrucción hasta cuando se desarrolla la infección con:
La obstrucción del conducto lagrimal se presenta cuando éstos son muy estrechos, o cuando alguna membrana adicional los obstruye.
A medida que los niños crecen, disminuye el riesgo de la obstrucción, sin embargo en los casos en los que se presentan, pueden ser consecuencia de la presencia de tejidos adicionales o quistes en la nariz, o resultado de alguna lesión ocular.
Lo ideal es acudir con un profesional sanitario, sea pediatra y oftalmólogo para recibir la orientación necesaria. El profesional realizará un drenaje para evitar la acumulación de secreciones y la aparición de posibles complicaciones.
En casa, podemos realizar un pequeño masaje dos o tres veces al día en la zona, mantener una buena higiene de los ojos, y utilizar suero fisiológico para eliminar las secreciones en caso de presentarse. En los casos más severos, puede ser necesaria una intervención quirúrgica que consiste en realizar un sondaje desde el conducto lagrimal hasta la nariz.