La lactancia materna es una de las prácticas más ampliamente recomendadas por el equipo médico que se basa en los beneficios a corto y largo plazo tanto para la madre como para el niño. La leche materna es fuente óptima de nutrición para la mayoría de los recién nacidos, exceptuando algunos que puedan presentar patologías relacionadas con intolerancia.
La recomendación de la lactancia materna exclusiva durante los primeros 6 meses de vida, seguida de la lactancia materna continua, con la introducción de alimentos sólidos complementarios durante el primer año de vida, cuenta con el respaldo de organizaciones médicas y profesionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS), Academia Estadounidense de Pediatría (AAP), el Colegio Estadounidense de Obstetras y Ginecólogos (ACOG), entre otras. Se ha observado que aquellos niños que no recibieron lactancia materna según la recomendación, presentan mayor riesgo de morbilidad y mortalidad infantil, así como también mayor riesgo de sufrir de ciertas enfermedades crónicas como la Diabetes, la enfermedad inflamatoria intestinal (IBD) y afecciones cardiovasculares.
Entre los beneficios de esta práctica, encontramos que el contacto temprano piel a piel entre una madre y su hijo promueve el vínculo afectivo entre ellos, tiene efectos analgésicos y regula la frecuencia cardiaca y respiratoria en recién nacidos pretérmino. Por otro lado, la leche materna estimula el desarrollo y función óptima del sistema gastrointestinal, además de disminuir el riesgo de sufrir de gastroenteritis, infecciones respiratorias agudas, infecciones de oído o del tracto urinario.