Cómo educar el gusto y el paladar del bebé desde el vientre materno

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Qué alimentos son los más recomendados durante el embarazo.

Educar el gusto y el paladar de nuestros hijos de manera temprana es una herramienta que nos puede permitir conseguir resultados beneficiosos no solo a la hora de introducir y establecer la alimentación complementaria, sino también de cara a la actitud del pequeño frente a nuevos alimentos en la infancia, la adolescencia e incluso en la edad adulta. ¿Y si te dijésemos que desde el embarazo ya puedes educar el gusto y el paladar del bebé? ¡Sigue nuestras recomendaciones!

Cómo educar el gusto del bebé durante el embarazo 

A día de hoy sabemos que, seguir una dieta sana y equilibrada es clave para una buena salud y una larga vida. Las enfermedades cardiovasculares, algunas metabólicas como la diabetes, la hipercolesterolemia e incluso ciertos tipos de cáncer, pueden prevenirse -hasta cierto punto, por supuesto, ya que también tienen componentes ambientales o genéticos fuera de nuestro control- siguiendo una alimentación correcta a lo largo de la vida, y esto comienza, nada más y nada menos que desde el vientre materno.

Con el avance del embarazo no solo se van formando y madurando los diferentes órganos vitales y tejidos del bebé, sino también se desarrollan los órganos de los sentidos. El tacto o el oído son los sentidos que más desarrollados están en el bebé antes de nacer, ya que a través de ellos recibe el mayor número de estímulos, y es capaz de percibir lo que le rodea e, incluso, de identificar el latido materno o las voces en el exterior. El gusto, por su parte, es otro de los sentidos que se desarrollan en el vientre materno, mientras que la vista y el olfato lo hacen más tras el nacimiento.

A partir de la semana 14, al finalizar el primer trimestre del embarazo, comienza a desarrollarse el sentido del gusto en el feto, aunque no suele ser tan temprano cuando el bebé comienza a ser capaz de detectar diferentes sabores sino más adelante.

Pasada la semana 16, las papilas gustativas están en pleno desarrollo y hacia la semana 20, el feto ingiere ya cantidades considerables -proporcionales a su pequeño estómago, por supuesto, que tiene un tamaño diminuto-, de líquido amniótico, convirtiéndolo así en el primer alimento del bebé.

A pesar de que el líquido amniótico tiene un ligero sabor salado, el feto será capaz de identificar, a partir de este momento, muchos de los diferentes sabores a los que la mamá le expone a través de su dieta, y por supuesto, será también capaz de reaccionar frente a ellos.

La cantidad de líquido amniótico que el feto traga a lo largo del segundo y tercer trimestre del embarazo va en aumento, y por tanto también la exposición los diversos de sabores, siempre dependiendo de la variedad de la dieta materna. Sin embargo, no debemos olvidar que las cualidades organolépticas de un alimento no solo dependen del gusto sino también del olfato, ya que el sabor y el aroma de los alimentos van de la mano, y esto, lamentablemente, no lo puede percibir el feto. Durante su estancia intrauterina, el feto es incapaz de detectar el aroma de los alimentos, por lo que la intensidad de los sabores que puede descubrir es mucho menor de la que la madre percibe al comerlo, pero muy impactante, ya que el número de estímulos a los que sus sentidos están expuestos es muy limitado.

Por suerte, durante el primer trimestre, aquel en el que se producen un máximo de rechazos e intolerancias a alimentos, náuseas y vómitos, el feto aún no ha desarrollado la capacidad de detectar sabores, y la dieta materna no afecta a lo que serán los gustos del bebé en el futuro.

Sin embargo, según las investigaciones realizadas, los alimentos que la madre consume con frecuencia durante el segundo y tercer trimestres del embarazo suponen una clara influencia en los gustos alimenticios del futuro bebé en los años venideros, por lo que algunos científicos se atreven a sugerir que la dieta materna durante el embarazo puede moldear los hábitos alimenticios del bebé hasta el punto de determinar las posibilidades de que desarrolle enfermedades relacionadas con la alimentación, como la diabetes, o que tenga sobrepeso u obesidad a lo largo de su vida. Así, una dieta saludable no solo asegura la buena salud de la madre durante el embarazo, sino también la del bebé tanto a corto plazo, in utero, como a largo plazo.

Adicionalmente, el periodo de lactancia materna exclusiva, sobre todo en lo que se conoce como el cuarto trimestre del embarazo –los primeros meses del bebé fuera del útero- es una manera más intensa aún de exponer al bebé a un gran rango de sabores y aromas.

Al estar fuera del útero, el bebé ya es capaz de descubrir aromas gracias a su olfato, lo cual supone un avance con respecto a su estancia intrauterina. Además, las partículas del sabor, generalmente vehiculizadas en la grasa, son transportadas en la leche materna, permitiendo al bebé estar en un contacto aún más directo con las propiedades organolépticas de los alimentos.

Alimentos recomendados durante el embarazo 

¿Y qué sabores debemos escoger? En realidad, una dieta sana y equilibrada ya incluye una gran variedad de sabores y es la que más conviene a la madre y al futuro bebé por cuestiones básicas de salud. Además, conviene no evitar aquellos sabores fuertes que acostumbramos a consumir en la dieta mediterránea.

El ajo, la cebolla, el pimentón o las hierbas aromáticas tradicionalmente utilizadas en nuestros platos más cotidianos no deben faltar, pero tampoco debemos limitarnos a ellos. Sabores picantes, como la guindilla o los pimientos del padrón, y otros sabores intensos de otras culturas, como la india, con una gran variedad de currys, son algunos de los que, según los investigadores, más interesan al bebé en su estancia in utero por ser fáciles de detectar en el líquido amniótico.

Es evidente que cada cultura tiene un amplio abanico de sabores, y no todos, en la edad adulta, estamos abiertos a los sabores de otras culturas, pero, exponiendo al feto a ellos, si podemos conseguir que nuestro hijo acepte de buen grado una gran variedad de platos, lo cual significa un beneficio cultural a corto y a largo plazo.

Curiosamente, algunos investigadores aseguran que la comida picante tiende a resultar en la aparición de hipo en el feto, mientras que otros tan diferentes como la menta, la vainilla, las sardinas, las zanahorias o el anís son capaces de generar recuerdos organolépticos en el feto que facilitan la aceptación de alimentos de sabores de sabores y características similares al introducirlos con la alimentación complementaria.

Así, si la madre tiene tendencia a consumir verduras de sabores característicos sin mucho aderezo -que en estos casos enmascara su sabor y lo hace indetectable para el feto-, como el tomate, el brócoli, los espárragos trigueros o las coles de Bruselas, el bebé tiene muchas posibilidades de aceptar esos alimentos con agrado cuando se le ofrezcan más adelante, muy por encima de aquellos bebés cuyas madres se limitaron a consumir comidas básicas con poco sabor, como el arroz y la pasta.

Aunque no es una garantía de éxito, puesto que, inevitablemente, siempre habrá niños que se nieguen a comer ciertos alimentos, exponer al bebé a alimentos sanos –ya sean verduras, hortalizas, pescados azules o platos más complejos- de intensos sabores durante el embarazo y la lactancia tiene implicaciones no solo en sus hábitos alimentarios futuros, sino también en su salud.

Como dice el refrán, en la variedad está el gusto, así que, independientemente de la edad, aunque es cierto que suele intensificarse en la infancia, a mayor exposición a algo, más posibilidades de aceptación. La alimentación, por una vez, no es diferente a lo que cabe esperar según el refranero tradicional, y a mayor frecuencia de consumo durante el embarazo y la lactancia, más contacto entre el feto/el bebé y los diferentes sabores, y por tanto más posibilidades de que el niño reconozca como familiares y acepte muchos y muy variados alimentos en su biblioteca de sabores habituales.

Guía Infantil

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