Los problemas de alimentación en niños y jóvenes se presentan entre los 0 y 21 años. Por lo general, se asocian inicialmente con el ‘niño melindroso’ o selectivo para comer.
Aunque en medicina no se tiene la definición estricta sobre ‘niño melindroso’, se asocia a este concepto a los pequeños que tienen entre 2 y 4 años, aunque algunos doctores consideran que esta edad va hasta los 8 años.
Para los padres de un niño muy quisquilloso para comer, este asunto supone una gran preocupación porque a causa de estos problemas, los infantes son estigmatizados socialmente. Ciertamente, cada pequeño pasa por unos procesos desde el nacimiento hasta su desarrollo, en el que pasa de la leche materna -o leche de fórmula- a los alimentos licuados y por último, a los sólidos.
En este proceso los eventos sensoriales, olfatorios, el saborear lo salado, lo dulce, lo agrio y las diferentes texturas, son ejemplo de una amplia gama de variantes importantes para un desarrollo normal en el proceso de alimentación.
Cuando este proceso normal es afectado por elementos externos como la relación materno/infantil, cuando hay enfermedades congénitas o crónicas, o cuando el desarrollo sensorio-motor está distorsionado, entonces encontramos este tipo de problemas que cada día son más claros.
¿Qué debo hacer para tratar los problemas de alimentación?
Reconocer que el niño tiene un problema de alimentación es el primer paso. Esto se puede identificar cuando notamos que el menor no come bien o deja de comer, evita comer alimentos sólidos, se queja de dolor o aunque se esté desarrollando de forma adecuada, tenemos duda si la alimentación es la adecuada.
Para asegurarse que el niño tiene o no un problema de alimentación, se debe llevar al pediatra.
Durante la consulta, el médico tratante evaluará su peso y estatura. Esto se conoce como medidas antropométricas y sirven para calcular la masa corporal del pequeño. Así, se puede establecer la situación de crecimiento y desarrollo corporal del pequeño.
También, se analizará el historial familiar sobre trastornos de alimentación, en el que se incluyen análisis genéticos, gastroenterológicos y psicosociales. Solo hasta obtener todos los resultados, los médicos damos un diagnóstico final y comenzamos un plan de tratamiento para superar este problema de salud.
Se debe tener en cuenta que, el éxito y la efectividad del tratamiento, dependerá de la perseverancia y la constancia de padres y cuidadores. En ningún momento debemos bajar la guardia o sentirnos frustrados si el niño no quiere comer o no halla el motivo para hacerlo. En estos casos, es importante hacerle ver que una alimentación balanceada lo hará un niño sano y fuerte.