El Trastorno por Déficit de atención e Hiperactividad (TDAH) se trata de un trastorno neuroconductual crónico que se caracteriza por falta de atención y/o hiperactividad-impulsividad más severa que la observada normalmente en niños con un nivel de desarrollo similar, debido a anormalidades en las vías que involucran la dopamina y noradrenalina. Se presenta 2 veces más en niños que en niñas y se estima que afecta del 2 al 9.5% de los niños en edad escolar. Los factores de riesgo importantes incluyen antecedentes familiares de TDAH, prematuridad, bajo peso al nacer, restricción del crecimiento intrauterino, antecedentes de lesión cerebral y ciertos síndromes genéticos.
Los niños que sufren de esta enfermedad, suelen presentar problemas conductuales, sociales y académicos ya que puede acompañarse igualmente de dificultad para el aprendizaje o el lenguaje, trastornos del desarrollo neurológico, trastornos del sueño o autismo.
Teniendo en cuenta lo anterior, se recomienda evaluar a todos los niños y adolescentes entre los 4 y 18 años que presenten problemas académicos y/o conductuales más síntomas de falta de atención, hiperactividad o impulsividad. Entre las escalas más utilizadas encontramos la de Vanderbilt (edad 6 – 12 años), la de Conners, la de Brown, el cuestionario de Swanson, Nolan y Pelham IV (edad 5 – 11 años), entre otras.
Se distinguen 3 presentaciones de este trastorno basadas en los síntomas. La primera es el tipo predominantemente desatendido, la segunda la presentación hiperactiva/impulsiva y por último, la presentación combinada en la que se encuentran presentes síntomas de ambos extremos. Según esta clasificación y edad del paciente, se recomiendan distintas opciones de tratamiento farmacológico que, en algunos casos pueden acompañarse de restricciones dietarias o intervenciones conductuales.
Finalmente, es importante el seguimiento periódico de estos niños teniendo en cuenta el impacto de su enfermedad con las personas de su alrededor, en el hogar y el entorno académico.