Como especie altricial que somos, necesitamos de la protección, el amor y la atención de nuestros padres para poder, en un primer momento, sobrevivir y, posteriormente, desarrollar una buena salud mental.
La sociedad actual ejerce sobre nosotros una gran presión para que seamos padres perfectos, trabajadores hipercompetentes y personas que rindan al máximo de nuestras posibilidades en las diferentes áreas en las que nos movemos. Estamos tan centrados en el mundo de los adultos que nos olvidamos de los más necesitados y vulnerables: nuestros hijos. Como especie altricial que somos, necesitamos de la protección, el amor y la atención de nuestros padres para poder, en un primer momento, sobrevivir y, posteriormente, desarrollar una buena salud mental. Solo la madre con equilibrio y capacidad de sintonización emocional va a poder aportarle lo necesario a su hijo.
El pediatra británico Donald Winnicott acuñó el concepto de madre suficientemente buena para referirse a las características que debía reunir una madre, un padre o cualquier persona de referencia de un menor para desarrollar en este una buena salud mental. Es por ello por lo que me planteo como reto abordar las que para mí serían las fases por las que debe pasar una madre suficientemente buena ante la necesidad que presenta un niño.
A lo largo del día son varios los momentos en los que nuestros hijos muestran necesidades emocionales. Cada uno de esos instantes son oportunidades para ejercer de madres o padres suficientemente buenos.
En la opinión de Rafa Guerrero, es psicólogo y doctor en Educación, estas serían las cuatro fases por las que debe pasar la madre suficientemente buena:
Disponibilidad
La presencia de las figuras de apego es fundamental para los más pequeños. Pasar una gran cantidad de tiempo con nuestros hijos es una condición necesaria, aunque no suficiente, para que podamos cubrir sus necesidades emocionales. Si estamos físicamente con ellos, estaremos cumpliendo con el requisito de la disponibilidad.
Accesibilidad
Una vez que estamos disponibles, dar el paso para convertir ese tiempo en un espacio y un entrono de calidad implicaría estar accesible. Se trata de estar atento a lo que realmente necesita tu hijo. En ocasiones necesitan cariño, otras veces que confiemos en ellos y hay momentos en que ponerles límites es una urgencia. Poner el móvil en “modo avión” para todo aquello que no sea nuestro hijo es una manera de mostrarnos accesibles. Si la disponibilidad hace referencia a la cantidad de tiempo, la accesibilidad se centra en la calidad de ese tiempo.
Sintonización emocional
Conectar con la necesidad emocional que tiene nuestro hijo sería el siguiente paso. Para ello, debemos dejar nuestros miedos, expectativas y deseos a un lado para empatizar con lo que realmente necesita el menor en ese preciso momento. Si el niño experimenta una emoción que pertenece a la familia afectiva de la rabia, debemos sintonizar con la intensidad concreta de dicha emisora emocional. ¿Qué es lo que siente realmente tu hijo? Molestia, enfado, ira o furia.
Responsividad
Una vez que hemos conectado con la emoción o necesidad afectiva, estamos a las puertas de ser responsivos. Para ello debemos darle al menor aquello que cubra la carencia que presenta. De hecho, el concepto de responsividad proviene de la palabra “respuesta”. La madre responsiva es aquella figura que atiende y cubre lo que precisa el menor en su justa medida.
Para poder entender mejor dichas etapas voy a poner un ejemplo sencillo. Imagina que tu hijo de cinco años no para de dar vueltas en la cama por la noche. Le preguntas y te dice que no se puede dormir porque tiene miedo a los monstruos. El menor tiene la necesidad de ser protegido, pero ¿cómo podría enfrentarse a esta situación una madre o un padre suficientemente bueno? Veámoslo.
La sola presencia del padre o de la madre en la habitación del niño hace que se cumpla el requisito de la disponibilidad. Dado que el padre deja el libro que estaba leyendo mientras su hijo trataba de dormirse, entendemos que la accesibilidad también está cubierta. Deja todo en “modo avión” por y para su hijo. El padre conecta con el miedo de su hijo y se muestra empático y comprensivo (sintonización emocional).
Finalmente, es responsivo ante el miedo que tiene su hijo a los monstruos. Ratifica cómo se siente y hacen un ritual para ahuyentar a los monstruos de la habitación. Cuidado porque a veces queremos ser responsivos dando cualquier respuesta al menor. Por ejemplo, en ocasiones tratamos de eliminar el miedo dándole un vasito de agua. El agua calma la sed, no el miedo.
En definitiva, son muchas las oportunidades que nos ofrece el día a día para poder pasar por estas cuatro fases. No importa que nos quedemos cerca o lejos de la última fase (responsividad), lo importante es llegar a ella. Quedarse en la tercera fase sin llegar a ser responsivo es lo mismo que no nos toque la lotería por un número de diferencias.
Por lo tanto, las cuatro fases de la madre suficientemente buena son condiciones necesarias, aunque no suficientes por sí solas. Es probable que te parece difícil, pero ¿sabes la buena noticia? La investigación demuestra que la madre suficientemente buena es aquella que pasa por las cuatro fases en una de cada tres ocasiones que se presenta la necesidad. Estoy seguro de que este dato te habrá aliviado y tranquilizado bastante, ¿verdad que sí?
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