Los niños son muy receptivos, razón por la cual todo lo que ocurre a su alrededor, en especial en su familia, les afecta. Por ello, sus padres tienen la gran responsabilidad de guiarlos, protegerlos y darles un buen ejemplo.
Durante los primeros meses de vida, un ambiente de discordia y conflicto permanente condiciona a los niños hacia un futuro de inestabilidad y ensimismamiento, ya que las peleas y las malas maneras les impiden alcanzar la confianza básica necesaria para sentirse bien en el mundo.
Del primer al segundo año, el niño aprende a confiar y a sentirse valorado. Y sólo lo logra si sus padres atienden su necesidad de vivir en un ambiente seguro y acogedor.
Sin embargo, si las discusiones siguen siendo muy habituales, cuando sea más grande, éstas condicionarán su manera de actuar y de relacionarse. Y es que la imitación es la clave del aprendizaje en todo el proceso de desarrollo, ya que el niño copia de sus padres el estilo afectivo y de comportamiento, de modo que según haya vivido su infancia, así será su actitud ante el mundo.
Asimismo, a los niños, de cualquier edad, les asusta mucho ver discutir a sus padres. Las peleas los hacen sentir inseguros, nerviosos o tristes. A continuación la forma en la que se manifiesta su temor y su angustia en las diferentes etapas de desarrollo:
0-18 meses
Cuando aún no habla, se muestra irritable y nervioso después de la discusión, tiene dificultades para conciliar el sueño y se despierta a menudo por la noche. Incluso aunque los padres hayan hecho las paces, él desconoce el alcance de la discusión y siente su mundo inestable.
18 meses – 3 años
A partir de los 18 meses toma conciencia de la repercusión de sus actos y puede ponerse a llorar o a gritar durante la discusión. Adopta esta conducta tan llamativa para acaparar la atención de sus padres e intentar que dejen de reñir.
A partir de 3 años
Cuando es más grande puede protestar por tener que acudir a la guardería o al colegio, ya que se erige como guardián de la estabilidad de su casa, de forma que siente que si él no está se generarán discusiones.
También son habituales las regresiones a etapas anteriores, adoptando comportamientos que ya tenía superados, como orinarse en la cama o chuparse el dedo. Y los desajustes con la comida, señal de cierto rechazo ante los actos sociales.
Para evitar pelear es importante que no interpretes los desacuerdos como un problema, sino como algo que te puede enriquecer. Aunque en principio no lo parezca, ser flexibles y aportar diferentes puntos de vista nutre las relaciones y es positivo para el niño, siempre y cuando se haga de una manera relajada y pacífica.
Además, deben esforzarse en quitar atención a los asuntos banales (qué lleva puesto el niño, a dónde van a ir el fin de semana…) y centrarse en los temas realmente importantes y que precisan del acuerdo sereno y tolerante de los dos, como, por ejemplo, los criterios de educación que van a seguir con el pequeño.
Asimismo, para evitar consecuencias en los niños, la pareja debe aprender habilidades para manejar las discrepancias y llegar a acuerdos (¡siempre a solas los dos!) sobre los temas importantes. Sólo así podrán ofrecer al pequeño el entorno de tolerancia y respeto mutuo que, seguro, desean para él.